sábado, 19 de febrero de 2011

Adiós Luxemburgo

                                                                                                   
Clervaux, un pueblito a una hora de Luxemburgo, de esos que son pintorescos porque están enclavados en la montaña. Coronando un monasterio que parece haber sido construido cerca del cielo. Su Iglesia, de aspecto moderno, otra de las reconstruidas post guerra. Es de estilo bizantino, la cruz cuadrada, el dorado a la hoja cubriendo los fondos de las imágenes. Un monje te atiende en la tienda de regalos. Subir, cómo olvide mencionarlo. Es bastante complicado para esta citadina de llanuras que creía que el parque Lezama tenía demasiadas subidas. Vivir en estas áreas debería ser motivo obligado de glúteos firmes. Debo confesar que hasta el aire me faltaba. La vista es increíble. El lugar es de cuentos como todo acá debe ser porque los cuentos que nos leen de chicos empezaron a contarse primero acá.
De Luxemburgo me queda decir que la noche podría para algunos ser más divertida porque parecería que te podes subir al auto de cualquiera ir de lugar en lugar y nada pasarte. Hablo en condicional porque creo que hace falta más de una noche para sacar es conclusión. Mi estado natural de sospecha me hace estar aún más en alerta en esos sitios donde todo parece seguro y ordenado. Desconfío. Ya se que soy un poco retorcida, pero que se le va a hacer a esta altura. Ansío despedir mi diario de este extraño país porque ya París me apura y mi viaje entro en su recta final.

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