Por fin llegó el día. La cita era con Van Gogh. Sola por suerte, hay ciertas cosas que es mejor hacerlas en solitario. Camine mucho, estaba algo alejada del lugar donde se encuentra el museo que alberga más de 200 de sus obras. Seguro que hice el camino más largo tengo cierta torpeza que ya mencione para moverme en estas ciudades antiguas. Pero finalmente y contra un viento que amenazaba con tumbarme llegue a una zona en la que hay varios museos. Son todos edificios con aspecto formal y señorial. El de Van Gogh, no. Es muy moderno, desentona con el paisaje. En la entrada unas escaleras, sobre ellas unos televisores ordenan las filas, y uno de ellos proyecta información sobre el artista. Pagas la entrada, pasas por una persona de seguridad, luego un detector de metales y podes dejar tu abrigo en el guardarropas. Recién ahí entras al museo lleno de personal que evita que los desobedientes saquen fotos y asesinen las pinturas. Pedí y pague la audioguía, es importante todo lo que aprendí, pero también es bueno porque te aparta del ruido y el cotorreo de toda la gente que desfila por el lugar.
La recorrida lleva cerca de cuatro horas. Impacta saber la historia de algunas obras que fueron especialmente repudiadas y hoy fascinan al mundo.
No existen muchas palabras para agregar porque la conexión que se siente o no en ese lugar es tan personal. Conozco personas a las que no les provoca siquiera interés un museo y otras que han ido y se arrepienten. A mi en general me gustan los museos. Por Van Gogh siempre tuve una devoción particular. Es tonto de mi parte pero fui sin pensar mucho, en lo que no pensé fue en los girasoles. Digo que es tonto porque no solo que siempre me gustaron, sino que hace ya muchos años, hice mi propia burda reproducción de la obra en las paredes del colegio. Nos valió al grupo un bello 10 en el boletín. Sin embargo, quizás por el cansancio, por la preocupación del itinerario o descuido no pensé en ellos hasta que se aparecieron frente a mis ojos. Un fuerte escalofrío mezclado con una extraña emoción me recorrieron. Son más grandes de lo que creía, y mucho más bellos. El audio contaba su historia, Van Gogh, los pintó para Gauguin. Lo había convencido de vivir juntos y como a él le gustaban, quiso llenarle la casa de cuadros con girasoles muy amarillos. Hizo varios pero en las cartas a su hermano Theo dice que los tan famosos son los que más le gustaban. Confieso que pase varias veces a verlos hasta que pude despedirme.
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