lunes, 7 de febrero de 2011

Del jueves 3 de febrero en Amsterdan

Llegue a Amsterdan sin demasiadas expectativas. Solo conocer un nuevo lugar y hacer un desvío obligado en mi recorrido. El viaje en tren desde Bruselas me trajo a una estación muy grande pero algo más modesta que las que conocí en las otras ciudades. Sin embargo, la oficina de información al turista es enorme y esta cruzando la calle. El mapa, amigo indispensable en este tipo de travesía, es más caro que en otros lugares. Y opte por uno aún más pero pequeño y en español.
En el hostel me encontré con dos porteñas del barrio de Belgrano. Había también tres brasileras encantadoras que hablaban español, así que se convirtieron en compañeras de salidas. El resto se comunicaba en un ingles casi americano e incomprensible para mí.

Primer día. Me fui directo muñida de mi mapa al museo de Ana Frank, al fin y al cabo la mención de este lugar por parte de Shaila (la española en Bruselas) me había convencido de llegar a Holanda. Antes de continuar debo aclarar algo: los pintorescos canales son hermosos pero sus calles circulares imposibles de descifrar. No sé ni cómo llegue. En el medio me perdí unas 500 veces que fueron suficientes para dar tiempo del que museo abriera. Impresionada estaba ya con la idea de entrar a ese mundo que descubrí en el libro hace ya como 13 años. Recuerdo que lo leía mientras “trabajaba” de recepcionista para mamá.
Ingresas por lo que sería la casa de adelante. Seguramente habrá quienes leyeron el libro pero aún hay gente que como yo antes de hacerlo piensa cosas que no son del todo reales acerca de esta historia. Los Frank eran una familia de Frankfurt, que con la llegada en el ´33 del nazismo emigraron a Holanda. El padre dirigía una empresa de elaboración de conservas. Vivieron en Amsterdan hasta que con el estallido de la Guerra, y la posterior ocupación de Holanda, Otto Frank decidió esconder a la familia. Para eso acondiciono unas habitaciones que existían dentro de la fábrica. Eran dos pisos y un ático. Las habitaciones de todos modos no eran grandes, la casa al modelo de las holandesas es angosta y construida hacia arriba. Ahí permanecieron 26 meses: Ana, su hermana, padre y madre con otro matrimonio que tenía también un hijo y otro hombre. Recuerdo del libro que Otto no pudo resistir dejarlos afuera sabiendo la suerte que correrían siendo judíos a pesar de saber que complicaba un poco la estadía de su propia familia. Cuatro personas de la oficina los ayudaban llevándoles lo necesario. Fueron delatados poco antes de que termine la Guerra, aún hoy no se conoce por quien, y salvo Otto todos los demás murieron en distintos campos. Ana todo ese tiempo escribió un diario, y yo no sabía que también cuentos y que ella misma estaba preparando el libro basado en el diario porque había escuchado en la radio de la resistencia que serían publicados todos los documentos personales una vez finalizada la Guerra.
Son muchas las sensaciones que recorren el cuerpo una vez ahí dentro, la estrechez de la escalera, los textos impresos en la pared. Las figuritas y fotos de artistas que ella pegó en el empapelado o las marcas que hizo Otto del crecimiento de sus hijas. El recorrido se hace con la luz tenue y difusa que debían tener ellos ya que las ventanas estaban tapadas para no ser detectados.
A mí me impresiono mucho más aquello que no sabía o no recordaba. Me impresiono la foto de Otto mirando las habitaciones vacías en 1960. Sus cartas y publicaciones de avisos en los diarios buscando noticias. La decisión de convertir la casa en un museo. Me impresiono la casa de adelante, que eran las oficinas, dónde funciona hoy la fundación en la que en una sala enorme y muy moderna con televisores con traducción en muchos idiomas se cuentan casos de discriminación actuales. En medio de la sala hay unos postes en los que respondes por si o no a las preguntas que surgen luego de cada video que expone un caso. Y ahí creo yo, es dónde realmente uno puede impresionarse. La historia es triste muy triste en realidad, pero es eso: historia. De la que solo podría aprenderse algo pero no modificar nada. Pero los casos actuales son escalofriantes. Hungría y un partido de derecha ultranacionalista con una guardia paramilitar que ya fue prohibida pero que ahora en las urnas por la vía política cosecha el 15%. Los textos prohibidos de Hitler en versión MANGA japonés. Las discusiones entorno al pañuelo que usan las nenas musulmanas en las escuelas. El juicio que llevo adelante una madre italiana para que sacaran el crucifijo del aula de sus hijos, argumentando su derecho a educación laica. La prohibición en Alemania de toda manifestación de carácter nazi o relacionada con Hitler, como el uso de ropa o botines de guerra con cordones blancos. Redadas en Holanda en busca de delincuentes que solo acaban en la caza de  inmigrantes. Y el problema es que algunas de estas cuestiones tienen respuestas muy difíciles de encontrar. ¿Se puede prohibir para garantizar la paz? ¿Para defender la igualdad se puede censurar aquello que podría destruirla? Y uno empieza pensando si, obvio que no podes dejar que los chicos se disfracen de Adolf … pero inmediatamente pienso en todos los surgimientos de este tipo de manifestaciones a pesar de la prohibición. Y prohibir me hace ruido y me enredo en mis propios pensamientos. Entonces me detengo en los crucifijos en Italia, en el video algunos decían que quitarlos tenía que ver con desconocer la historia italiana y su cultura. Si claro que esto es menos nocivo que grupos de skin heads atacando por las calles. Pero lo único que me quedo claro al salir de la casa de Ana Frank es que seguimos sin resolver el problema y estamos muy lejos. En general tengo una respuesta a las cosas, puedo decir que pienso con bastante claridad. Aunque este sinceramente equivocada al menos tengo alguna certeza. Para esto no tengo la menor idea.

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