Otro tren, y una nueva y vertiginosa combinación ahora cargada como una mula. En el primero bastante vacío así que mi mochila devenida casi en un ser humano viaja sentada. Después el TGV hermoso y lujoso pero el más lleno de los que tome. El estante para el equipaje inalcanzable, pero la señora que viaja a mi lado me ayuda y las dos en una posición casi ridícula logramos acomodarla. El paisaje es tanto o más lindo que los anteriores que se parecen aunque tienen sutiles diferencias. La profesora de geografía no se sentiría orgullosa de mi incapacidad para explicar tales diferencias. En la estación encuentro perfectamente el metro (seguimos con ese fastidioso término) que me trae a lo de la desconocida Sophie. Tengo una guía y mi mapa obtenido gratuitamente en la estación. París tiene esa ventaja mapas y baños en los bares gratis. No es poco. El problema empezó justo cuando debía terminarse. Me perdí en círculos con más peso del que podía soportar durante una hora. El miedo solo empeoraba la situación. Sophie iba a salir a cenar y me esperaba para hacerlo. ¿Y si no me esperaba? Lo aterrador no era el idioma o la ciudad desconocidos eran mis enormes bolsos y mi cuerpo desmayándose de a poco. Con cada pregunta empeoraba mi situación, la calle que buscaba parecía quedar en todas las direcciones, todas incorrectas claro. Finalmente ruegos mediante a todos los santos que conozco encontré la calle y la casa. No sin antes encontrar un serio problema con las numeraciones y las líneas rectas común en Europa. Llegue y tan solo faltaban 5 piso por escalera para conocer a Sophie. Ella es profesora de idiomas. Si esa típica docente agobiada por cientos de exámenes de no se sabe cuando y seguramente no se sabe muy bien de quien. El departamento es de dos ambientes, y resulta chico solo por el abarrotamiento de objetos. Me esperaba con sopa caliente y fue casi como caviar en medio de tanto dolor físico por culpa de la travesía.
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